En una mañana calurosa, decenas de personas hacen cola en Járkov (este), la segunda ciudad más grande de Ucrania, desafiando el fuego de la artillería rusa para solicitar ayuda alimentaria.
“La gente no piensa en el peligro porque necesita comer”, dice Maxim Gridasov, un voluntario de 45 años, mientras distribuye paquetes de comida en el barrio de Nemyshlyansky.
“Incluso cuando hay bombardeos cerca, nadie se va”, añade.
Y esto pese a que los avisos de los militares en los medios de comunicación locales sobre los lugares de distribución de la ayuda incluyen siempre la advertencia: “Por favor, no creen colas, puede ser peligroso”.
Según cifras de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH) más de 5.000 civiles han muerto en Ucrania desde el inicio de la ofensiva rusa el 24 de febrero.
Poco después de la visita de la AFP, Nemyshlyansky fue bombardeada con misiles soviéticos S-300, según las autoridades locales.
Al menos una cola para recibir ayuda alimentaria ha sido alcanzada. En marzo, 14 personas murieron mientras hacían fila para recibir pan en la ciudad de Chernigiv (norte).
Moscú afirma que sólo golpea objetivos militares y acusa a Kiev de estar detrás de los incidentes o de organizarlos, y a veces alega que Ucrania utiliza a los civiles como “escudos humanos”.
‘Tengo que vivir’
A pesar del peligro, unas 40 personas esperaban paquetes de comida de la organización benéfica Hub Vokzal en Merefa, cerca de Járkov.
Vitaliy Znaichenko, un conductor de trenes de 38 años, se aferra a una bolsa de plástico con arroz, pan, raviolis, cebollas y cereales al salir del punto de distribución.
“Fue difícil al principio, cuando las tiendas estaban cerradas o no había nada en ellas a causa de la guerra. Pero ahora, de alguna manera, nos hemos acostumbrado”, dice.
Es su primera vez aquí en dos meses, y preferiría no quedarse mucho tiempo entre una gran multitud y arriesgarse a ser un objetivo, pero siente que no tiene otra opción.
“Tengo que vivir de alguna manera. Tengo que ir a trabajar a una estación de tren, lo que también es arriesgado”, dice.
El gobernador de la región, Oleg Synegubov, dijo a la AFP que el fuego de artillería seguía siendo una amenaza constante en las ciudades cercanas a Járkov.
La región, fronteriza con Rusia, es una importante zona agrícola, pero muchas de sus fábricas han sido destruidas por los bombardeos o se han trasladado.
Los habitantes son víctimas de la guerra por partida doble, traumatizados por el conflicto e impotentes ante la pérdida de los únicos ingresos de sus hogares.
Bajo fuego
Hub Vokzal ha proporcionado 900 toneladas de alimentos, pañales y materiales de construcción a unas 30.000 familias de las ciudades y pueblos de la región de Járkov.
Su fundador, Mykola Blagovestov, explica a la AFP que él y sus voluntarios se han encontrado varias veces bajo el fuego de los proyectiles mientras recogían o distribuían alimentos.
“Seguimos haciéndolo, vamos y hacemos nuestro trabajo porque es mucho mejor psicológicamente trabajar y hablar con la gente, que sentarse en casa, con miedo”, dice.
World Food Kitchen, otra organización de ayuda alimentaria y quizás la más conocida desplegada en Járkov, también ha visto cómo sus trenes de carga y sus socios agrícolas eran alcanzados por misiles.
Cuando las tropas rusas se retiraron de Kiev y el foco de atención se desplazó a la batalla por el este, la organización lanzada por el célebre chef español José Andrés comenzó a entregar más de 10.000 comidas al día a los hambrientos ciudadanos de la ciudad.
Uno de sus restaurantes asociados en Járkov, el Yaposhka, quedó destruido cuando cayó un misil en abril, dejando a cuatro miembros del personal hospitalizados con quemaduras.
Fuente: AFP