El Gran Corso, como se solía llamar a Napoleón Bonaparte, que llegó a ostentar un poder extraordinario en la Europa de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, experimentó su mayor derrota militar y con ella, política, en la histórica batalla de Waterloo, cuando se enfrentaron su ejército francés contra las tropas británicas, holandesas y alemanas al mando del famoso duque de Wellington y las del ejército de Prusia conducidas por el mariscal Gebhard Leberecht von Blücher. Todo sucedió un día como ayer, el 18 de junio de 1815, en la sencilla localidad de Waterloo, Bélgica, hace 201 años. Napoleón hizo todo al revés. El esfuerzo de la Revolución Francesa había acabado con el absolutismo del denominado Antiguo Régimen. Sus ansias de poder no tenían límites. Llegó a integrar un triunvirato (tres cónsules), que no le importó en lo más mínimo y prontamente terminó auto proclamándose Emperador de Francia. Los Estados Europeos fueron neutralizados por el poder de Bonaparte que los conquistó o hizo doblegar rápidamente. Estos mismos Estados, luego concretarán la mayor conspiración para derrocar a Napoleón y reunidos en el famoso Congreso de Viena de 1815, decidieron acabarlo. Bonaparte sabía que su cabeza tenía precio, aunque su caída no fue nada fácil. Vencido en una primera ocasión, fue enviado preso a la isla Elba, al sur de Italia, pero escapó al poco tiempo para promover los sonados Cien Días de Napoleón. Una vez más, fue vencido y recluido para siempre en la recóndita isla Santa Elena, a 2800 kilómetros de la costa de Angola, en la zona atlántica africana, donde murió sin libertad, en la Casa de Longwood, el 5 de mayo de 1821, a pocos meses de que en ese año, los peruanos alcanzamos nuestra independencia por un proceso libertario que nos separó de España, que precisamente tuvo en las arremetidas de Bonaparte en la península ibérica -la había invadido años atrás-, como uno de sus factores promotores. Sus restos descansan en París, en el Panteón de los Inválidos. Desaparecido este genio militar y político francés, en Europa fueron restablecidas algunas monarquías, pero Napoleón ya había dejado el sello de su paso, como sucedió con el derecho apodado con su nombre, por su impacto en el derecho de aquellas primeras décadas del siglo XIX.

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