Las elecciones peruanas de este año 2016 lo marcan como clave para el país. No tanto por la incertidumbre que generen los hasta ahora favoritos, sino más bien por el hecho de liberarnos de un mandatario en el que primó la improvisación y que demostró que pretender gobernar “pateando para los dos lados” solo tiene como resultado el desgobierno, la pérdida de confianza y el empobrecimiento.

Porque eso pretendió el señor Humala: se tiró a la derecha para mantener cierta ortodoxia económica y se arrimó a la izquierda para desatar la promiscuidad del gasto público en programas sociales, los mismos que hoy utiliza para presionar a los candidatos presidenciales bajo la amenaza de salir a las calles con el pueblo para hacerlos respetar.

En realidad, el gobierno nacionalista siempre ha sido de izquierda. ¿O Villarán no está con Urresti compartiendo plancha? Su único acierto ha sido mantener un mínimo de ortodoxia en el manejo económico, pues si aplicaba “La gran transformación” ya estaríamos con crecimiento bajo cero y bastante más vulnerables a la economía mundial.

Ojalá los candidatos favoritos entendieran que el camino al desarrollo pasa por agudizar e intensificar el modelo económico basado en el mercado, con compromisos reales para fortalecer la competitividad. Ha quedado demostrado que el modelo funciona, pues hasta Humala lo usó. Esto requiere profundizar los mercados, pero además reformas radicales en tres sistemas: el judicial, el educativo y el político. Y junto a ello, un potente shock de infraestructuras.

Pero para eso, los candidatos deben poseer la convicción necesaria. No andar con tibiezas ni escuchar mucho a la plaza, sino gobernar pensando en generaciones antes que en elecciones. Partidos que tengan convencimientos y no pragmáticos devaneos que no conviertan en “ni chicha ni limonada” solo para dar imagen de amplitud a todos los sectores. Necesitamos gobernantes que quieran trascender y no limitarse a pasar a la historia como meros errores estadísticos.

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