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El movido vecindario regional no debe distraernos para relievar el 21° aniversario de la firma del Acta de Brasilia, que selló la paz entre Perú y Ecuador luego de haber mantenido ambos países durante el siglo XX una relación bilateral conflictual: Guerra de 1941, Conflicto del Falso Paquisha en 1981 y Guerra del Cenepa de 1995.

El viaje raudo a Brasilia del vicecanciller Eduardo Ponce Vivanco en febrero de 1995 fue clave para el proceso, que culminó un día como ayer, 26 de octubre de 1998, hace 21. Ponce se trajo a Lima la Paz de Itamaraty, firmada con su homólogo ecuatoriano Marcelo Fernández de Córdoba al apagar la etapa bélica. Fue su mérito. Al poco tiempo, el internacionalista Francisco Tudela asumió Torre Tagle en reemplazo de Efraín Goldenberg, y para abordar el problema demarcatorio con Ecuador en una evidente etapa sustantiva de negociaciones de fondo y definitivas, formó un espléndido equipo.

El joven canciller peruano -apenas tenía 40 años de edad- desarrolló el proceso de los denominados impasses subsistentes, que fue su magia para llevar el asunto hacia la solución definitiva. Eduardo Ferrero, como ministro, haría su parte aunque apresurado, renunció por el asunto de Tiwinza, pues siempre fue de plena soberanía peruana. 

Finalmente, con Fernando de Trazegnies, concretamos el acuerdo. Hubo mucha gente valiosa comprometida. Los militares jugaron su loable partido durante el enfrentamiento armado dándole al Perú, como en el pasado, héroes, desde el instante en que partían de la Base El Milagro en la frontera con Ecuador y a través de la denominada MOMEP. 

El Acta de Brasilia fue mérito político de Alberto Fujimori, hay que decirlo, y de este instrumento surgió el Plan Binacional de Integración Fronteriza entre ambos países, que realmente se ha convertido en uno de los mejores ejemplos de unidad entre dos Estados. 

Le pregunté al expresidente Rodrigo Borja en su residencia en Ecuador, tiempo después, su parecer sobre este acuerdo, y me dijo que reconocía la connotación de su resultado, aunque hubiera preferido un arbitraje del papa Juan Pablo II. Lo cierto es que la paz existe. Es lo trascendente.