Ayer recordamos dos acontecimientos trascendentales en la historia de la humanidad: los 70 años de vigencia de la Carta de San Francisco, el tratado que le dio vida a la ONU, y que es considerada el acuerdo más universal de la historia del hombre luego de haber sufrido la civilización su mayor barbarie: la Segunda Guerra Mundial con más de 70 millones de muertos. No creo que la Carta, que fue firmada en San Francisco el 26 de junio de 1945 por 51 países, entre ellos el Perú, alcanzara su ratificación por los países miembros del Consejo de Seguridad (EE.UU., Rusia, China, RU y Francia), el 24 de octubre de ese año, debido al azar. No. En esa misma fecha se conmemoraba la firma de la Paz de Westfalia de 1648 que puso fin a la Guerra de los Treinta Años en Europa y que ayer cumplió 367 años. A mis alumnos les dedico varias clases tan solo al legado de Westfalia que fue extraordinario. Por este hecho fue consolidada la idea del Estado moderno que consagró el concepto de soberanía, una cualidad intrínseca a los Estados, y expandió la idea de la inviolabilidad del territorio y la intangibilidad de las fronteras, así como acuñó la noción de la representación diplomática dando origen a las embajadas. Ambos episodios guardan una estrecha relación al tener a la paz como cuestión de fondo. La ONU está integrada por 193 estados, estructuralmente hechos a la medida de Westfalia, y siendo el mayor foro de debate del planeta, su misión fundamental es velar por el mantenimiento de la paz, como la que lograron los europeos en el siglo XVII. La paz, entonces, ha dejado de ser una aspiración convirtiéndose en una obligación.

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