Si algo entendí en 19 años dedicados al periodismo escrito (como reportero, editor o columnista) es que lo primero que aprendes al entrar en una redacción es si el medio para el que trabajas paga por sus primicias. Donde trabajé nunca se pagó, pero el director siempre decía que podía haber un caso excepcional que lo justificara. Lo segundo que aprendías era que esa decisión -pagar o no pagar- no la tomabas tú, sino el director, quien asumía la responsabilidad ante la sociedad y los dueños. Y además, algo te debía quedar bien claro: toda redacción es como un organismo vivo que depende de cada una de sus partes y donde las decisiones claves se discuten en equipo. La experiencia nadie te la regala y la ética sirve para evitar que metas la pata cegado por el entusiasmo.

No escribo esto para pontificar o dar lecciones a nadie (no creo ni por asomo haberme ganado ese derecho). Solo quiero compartir algunas ideas ahora que el caso de la colega Milagros Leiva ha agitado el avispero. Todavía recuerdo cómo en el año 2004 algunos medios que denunciábamos una “fabrica de firmas” en Perú Posible teníamos a la principal testigo del caso solicitando dinero permanentemente para ampliar su testimonio. Como nadie le dio un mango -el hecho estalló a partir de su declaración ante un fiscal, lo que permitió sumar nuevos indicios y testimonios-, no faltó mucho para que los operadores del gobierno de ese entonces la captaran y le pagaran para que se desdiga. El ridículo video que grabó denunciando presiones y su estrambótica fuga al extranjero solo sirvieron para amplificar el caso, no para desinflarlo. Porque ese es el problema de pagar por una primicia: siempre habrá alguien dispuesto a pagar más por ella o para torcerla según sus intereses.

“¿Y no se pagó acaso por el primer ‘Vladivideo’?”, preguntan algunos. Claro que se pagó, pero no lo hizo un medio: fue un partido político (el FIM) que luego lo propaló en una conferencia de prensa. En el ejercicio periodístico no hay verdades absolutas, salvo la búsqueda de la verdad -siempre- y que en momentos críticos más de una cabeza piensan mejor que una.

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