Los resultados de las recientes primarias en Carolina del Sur, camino de nominar al futuro candidato del partido Republicano hacia las elecciones presidenciales de noviembre en los EE.UU., ha terminado por relegar a Jeb Bush, el tercero de la dinastía que buscaba seguir los pasos de su padre George H.W. (1989-1993) y su hermano George W. (2001-2009), presidentes estadounidenses. Para muchos, Jeb, que luego de haber sido gobernador de Florida en 1997 con reelección de por medio en 2002, y comenzar a alzarse como la figura llamada a coronar la tercera espada familiar en el poder político, debía terminar ocupando la Casa Blanca. Muchos apostaron por él. Hombre de finos modales y de formación rigurosa e impecable, egresado de la privilegiada y elitista escuela de Andover, y hasta para los juiciosos analistas de la dinastía Bush, el más inteligente de los tres. Con impecable dominio del idioma español, y casado con Columba, una mexicana, había logrado superar las cadenas del conservadurismo familiar. ¿Pero qué ha sucedido para que su candidatura no llegara a prender y prosperar conforme lo esperado? Parece que el peso de la era Bush que marcó el destino del país con su padre y su hermano, cuestionada por muchos y reconocida por otros, habría jugado su partido. Los Bush son influyentes y poderosos en la política estadounidense y difícilmente podría afirmarse el final de la dinastía. A Jeb le podría seguir en el futuro su hijo mayor, George, por ahora dedicado al mundo de los negocios. Nadie lo sabe, pero lo que sí es que Jeb está fuera de carrera, habiendo sido superado por otros precandidatos impensables hasta hace algunos años, como Ted Cruz y Marco Rubio. Así es la política.