Por esas cosas que solo pasan en el Perú, donde todo el posible y muchas veces surrealista, el sentenciado por corrupción en segunda instancia, Humberto Acuña, sigue ejerciendo sus funciones de legislador de Alianza para el Progreso (APP), pues hasta ahora nadie se pone de acuerdo sobre cuál debe ser el mecanismo para mandarlo de una vez a su casa y nombrar a quien debe remplazarlo hasta julio del próximo año.
Mientras todos se tiran la pelota y mecen a los peruanos, el exgobernador regional de Lambayeque y hermano de César Acuña -el dueño del partido-, sigue ejerciendo sus labores de representación y fiscalización, sí, fiscalización. Incluso es el presidente de la Comisión de Presupuesto del Congreso. Y eso que se supone que este Parlamento iba a ser mejor que el anterior en que también hubo varios sentenciados ejerciendo funciones y hasta prófugos.
El presidente de la Subcomisión de Acusaciones Constitucionales del Congreso, Luis Roel (AP), ha dicho que el Poder Legislativo está atado de manos y ha culpado de la demora en el procedimiento al Jurado Nacional de Elecciones (JNE). Ha dicho que no tiene quórum para tomar decisiones, lo cual no es cierto. Todo esto se da mientras se sigue sin cumplir la orden judicial de retirar de cualquier cargo por tres años al sentenciado Acuña.
Si supuestamente estamos en una etapa en que se busca mejorar el nivel de nuestra política, especialmente la que se practica desde el vilipendiado Congreso, y dejar de lado épocas oscuras como las protagonizadas por personajes nefastos como Edwin Donayre, Benicio Ríos y otros de triste recordación, situaciones como las del hermanísimo Humberto Acuña no se pueden tolerar más. Parece una tomadura de pelo.
Si en las últimas décadas hemos tenido congresistas con prontuario, desde hace mucho deberían estar muy claros los mecanismos para echarlos del cargo una vez que el Poder Judicial les pone una sentencia definitiva. No pueden mantenerse los vacíos legales que parecen ser obra de aquellos a quienes les encanta la infame frase que dice que “otorongo no come otorongo”. Y después se quejan de la pésima imagen que tiene el Parlamento.