Ayer por la mañana se conoció la renuncia del ministro de Desarrollo Agrario y Riego, Javier Arce, un exrecluso del penal San Jorge sin ninguna experiencia en el sector, el cual fue puesto en el cargo con la única “credencial” de ser de Perú Libre, en medio de la amenaza mundial de que nos castigue una hambruna.

Su antecesor fue un acusado de dos asesinatos llamado Óscar Zea, quien también era una nulidad en temas agrarios, lo cual hace evidente que al jefe de Estado que se llena la boca y e infla el pecho diciendo que es campesino y que viene de la charca, le interesa muy poco lo que sucede en el campo y con los miles de peruanos del ámbito rural.

Si bien el Perú se ha librado de Zea y de Arce, lo más probable es que el mandatario, fiel a su estilo, ponga a otro peor, quizá ahora uno con antecedentes de terrorismo o violación.

Ironías aparte, lo que viene sucediendo en el mencionado sector y en el Poder Ejecutivo en general, demuestra que el problema no son los ministros, sino un mandatario absolutamente improvisado que por el bien del país, debería renunciar y al día siguiente ponerse a disposición del Ministerio Público que lo investiga por nexos con la corrupción. No hay otra salida.