El final del Grupo de Lima estaba cantado pero igual es una realidad que nos produce una de las mayores desazones en nuestra historia diplomática reciente. Es verdad de que al G-L le comenzaron a bajar la llanta desde hace unos seis meses atrás, principalmente, pero el anuncio de que su ciclo está fenecido es un portazo a los esfuerzos de la diplomacia de Torre Tagle que le dio vida, bregando con principios en la recuperación de la democracia en Venezuela, dominada en más de 23 años por el chavismo y el madurismo.

Es bueno recordar, apreciado lector, de que constituido en Lima en 2017 por iniciativa de nuestro país durante el gobierno del expresidente Pedro Pablo Kuczynski, el objeto central del G-L era promover un trabajo conjunto por parte de las naciones de la región con profundidad democrática y firme defensa del estado de derecho, para llegar a acuerdos con el régimen de Nicolás Maduro, en la idea de crear las condiciones para que el país pudiera volver a vivir la referida democracia que ha perdido, resolver el asunto de los presos políticos, el carácter humanitario que estaba siendo mostrada con enorme preocupación en uno de los países más violentos del mundo, etc.

La estocada al G-L significa, entonces, de que para el Perú, acaso ya no hay presos políticos en Venezuela, tal como lo concluyó la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, la expresidenta chilena, Michelle Bachelet y de que los más de 5 millones de venezolanos que han dejado su país, ya no es un tema de agenda y por tanto habrá que echarle tierra dejando en el aire al más de 1,15 millones de llaneros que se encuentran en nuestro territorio nacional.

El final del G-L es una negación al liderazgo que quisimos construir entre los Estados del continente. Su final es un muy mal ejemplo para las nuevas promociones de diplomáticos de nuestro país que creerán que las convicciones son una quimera y de que todo se hace en función de intereses de unos cuantos según sus apetencias para conservar a cualquier precio los puestos que la coyuntura les ha dado, antes que en función de los intereses nacionales y de nuestra solidaridad con el mayoritario pueblo venezolano. El final de G-L nos pone en la retaguardia y sin moral política para cualquier tribuna internacional sobre democracia, colocándonos en lugar marginal como parias.

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