No es un cuento chino cuando se dice que Alberto Fujimori está acostumbrado a “meternos la yuca”, simbólicamente hablando. Y lo puso de manifiesto desde cuando utilizó el plan de gobierno de Mario Vargas Llosa, al que había denostado durante la campaña electoral, para estructurar el “Fujishock” que Juan Carlos Hurtado Miller dramatizó con el “Sambenito” de “Que Dios nos ayude”.Luego vino el autogolpe del 5 de abril de 1992 con todos sus derivados, su conchabanza oficial con Vladimiro Montesinos, la corrupción en su máxima expresión -pudriendo instituciones como las Fuerzas Armadas-, y su fuga a Japón, desde donde renunció a la Presidencia vía Fax y hasta postuló al senado de ese país amparado en su nacionalidad japonesa. No debe sorprendernos, entonces, que ahora, estando en prisión después del frustrado intento de Kenji y los “avengers” de sacarlo del penal de Barbadillo, previo vergonzoso trueque con PPK, apele otra vez, metafóricamente, al mismo tubérculo para invadir temas políticos, como la confección de listas para los próximos comicios congresales.Además, al escucharlo mandón, vital, operativo y jactancioso en el audio con Crisóstomo Benique, no parece tener mucho asidero eso de que su final “está cerca”, como le dijo a la Agence France Press cuando tuvo que regresar a la Diroes tras revocársele el indulto humanitario. “Volver a prisión es una condena de muerte lenta y segura”, alegó por esos días el expresidente.En este momento, el que tiene la yuca por el mango es el INPE, porque está estipulado que “toda persona privada de su libertad, en general, cuando hay una condena, tiene restringidos sus derechos políticos”, según el jefe de esta institución, César Cárdenas. Y no podrá decir ¡soy inocente!