A algunos les parecerá extraña esa actitud mendicante que asumen, voluntariamente, autoridades, funcionarios y hasta ciudadanos comunes, frente al gobierno central, el presidente o sus ministros. No es que estemos recordando a aquel alcalde que no tuvo mejor ocurrencia que colocarse de rodillas ante el presidente de la República para pedir la ejecución de algunas obras en su ciudad.

No todos llegan a ese tipo de payasadas, pero muchos mantienen actitudes que, en el fondo, se les parecen. Lo curioso es que gran parte de los asuntos, motivo de las rogativas, se pueden – y se deben- resolver en otras instancias, no tan arriba como se presentan. Y es que allí está la raíz del mal hábito de hacerse cuotas de poder de una tremenda fila de intermediarios que, en muchos casos, se asemejan al tráfico de influencias y lobis.

Existe una alcahuetería burocrática administrada por el centralismo del Ejecutivo que fomenta esas mediaciones insalubres, malignas y corruptas. Esas gestiones cuestan, esos favores se pagan, esas llamadas y abre puertas se han institucionalizado en unos tiempos en que llenar formularios online sería suficiente.

Los protocolos de transparencia en las actividades del Estado deberían apuntar a sacar de en medio, a despersonalizar obligaciones que, en otras partes del mundo, son automáticas por lo obligatorio de la situación. A muchos nos mata la impotencia esa ausencia de velocidad, el desinterés, la dejadez de aquellos que están obligados –para eso les pagan su sueldo y gollerías- a ser eficientes, diligentes, y honrados… si no es mucho pedir.

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