Tan solo hace algo más de medio año, Alemania, con su canciller Ángela Merkel a la cabeza, se erigió como el modelo europeo de solidaridad y ayuda humanitaria. Todos vimos cruzar sus fronteras a miles de migrantes que buscaban refugio, mayoritariamente procedentes del Medio Oriente (Siria e Iraq). La sensibilidad social había puesto a Alemania en un lugar reputadísimo. El país entero, con pocas oposiciones en ese momento, había promovido el sistema de cuotas para los países de la Unión Europea sobre el recibimiento de quienes huían de la barbarie. Así, todos vimos cómo los foráneos fueron recibidos con bombos y platillos en tierras germanas, pero ahora todo eso prácticamente ha acabado.

Alemania enfrenta un serio problema devenido de aquella política altruista que Europa y el mundo entero aplaudieron en su momento. Nadie podrá olvidar cómo en grandes oleadas, quienes escapaban del conflicto, fueron entrando en el país y eran recibidos como aquellos que volvían de la batalla. Merkel ha recibido muchas críticas. Desde sus propias canteras partidarias hasta sus aliados políticos -ni hablar de la oposición- le están dando la espalda, hasta responsabilizarla por los niveles de inestabilidad social que ha producido la presencia de cerca de millón de refugiados localizados en toda Alemania.

La crisis -la peor en sus 10 años en el poder- puede empeorar para la canciller si acaso no muestra una solución al álgido asunto. Las fronteras alemanas ahora se parecen a las que tuvo el Viejo Continente durante la época de la Guerra Fría. Deberá prosperar, entonces, una salida racional porque el criterio humanitario jamás puede ser desechado.