Aceptemos una realidad: el elector promedio en el Perú no es el mismo de antes. No es una mayoría aplastante, pero hay en estas elecciones un votante que discrepa, encara y confronta. Si bien la campaña se discute en los tribunales electorales, que han impuesto la dictadura del sello, el papel carbón y el papelito manda, empieza a notarse un grueso ciudadano que no tolera ya la pendejada de los candidatos.

Eso lo sabe bien, por ejemplo, César Acuña. En breve, el JEE podría darle una patada en el traste por regalar dinero a cambio de votos. Ni qué decir de los plagios y la caja de Pandora que resultó Acuña. Ese elector, llamémosle pensante, ha entendido que hay delitos y, por esa sola razón, Acuña podría desaparecer de la contienda. Anel, tarde, quiso saltar del barco, pero dejó un pie adentro. Gastó todo el capital que ganó en años anteriores y hoy está en la bancarrota moral.

Y así lo entenderá Julio Guzmán. Ya en el ruedo, vuelve a ser un día Jekyll y al otro Hyde. Lo que pasó en Arequipa le ha ocurrido en toda la campaña. Tía María, sí; Tía María, no. Quizá esos peruanos querían oír de él un plan viable y consensuado para tan importante proyecto. Pero ahí lo vimos. Si no quieres, no va.

Ese elector racional quiere renovar la política, modernizarla y acercarla a la gente en el lenguaje de estos tiempos. Por eso Alan se descontrola y arma guerras contra las encuestas que no lo favorecen. Por eso el JNE sigue tramitando como el siglo pasado. Algo está cambiando, pero los políticos se desconectaron de la gente hace mucho. ¿Dónde irá ese voto que pide cambio? Que Dios nos ayude.