Una de las reglas de la democracia es la alternancia en el poder. Porque la permanencia en el gobierno por periodos largos genera la tendencia a instaurar privilegios y desarrollar costras burocráticas que aprenden a usar el aparato estatal en beneficio propio, sin control ni competencia.

Lo sucedido en el Callao tiene su base en el sistema instaurado donde una agrupación política logró un manejo hegemónico del poder en la región, comenzando por tres periodos en el municipio provincial y luego tomando el control de municipios distritales y el gobierno regional, por periodos sucesivos.

Es esta necesidad de mantenerse en el poder la que origina que se desarrollen prácticas ilegales, como es la interceptación telefónica y los seguimientos. Recientemente, ya habíamos visto este modelo en los años finales del fujimorismo, que al pretender un tercer periodo instauró un sistema de persecución a opositores y de reglaje de sus actividades. Y al mantenerse en el poder buscaba ocultar la enorme corrupción que había generado la permanencia por una década en la Presidencia.
Y no se trata de un cambio de personas. La alternancia significa que sean diferentes agrupaciones políticas las que se turnen en el ejercicio del poder, pues existen precedentes nefastos, como era el caso de México, donde un mismo partido se mantuvo en el poder durante décadas generando graves problemas de corrupción en esa sociedad. Ni tampoco el sistema dinástico instaurado en Argentina y algún otro país centroamericano, que solo busca prolongarse en el poder a través de diferentes miembros de una misma familia.

¿Cómo se generan estos sistemas que permiten a una misma agrupación mantenerse en el poder? Pues con eficiencia en el gobierno, a lo que se suman políticas populistas que permiten lograr el favor popular, y ningún control en la administración de los recursos públicos. Y la complacencia de los medios de comunicación, que muchas veces son parte del sistema de corrupción que generan gobiernos sin alternancia.

Estamos advertidos.