No es que me alegre que América Latina comience a girar hacia la derecha, pero esa es la tendencia. Veamos: Mauricio Macri acabó con la era del kirchnerismo asistencialista en Argentina, que destrozó al país durante más de 12 años; la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) en Venezuela controla desde este año la Asamblea Nacional (Parlamento) y presagia el final del bravucón y autocrático régimen chavista, apañado ideológicamente por Fidel Castro, que le enseñó a Chávez y a Maduro todas las mañas para mantener el poder por más de 16 años; la inminencia del final del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT) en el poder en Brasil por más de 12 años, tras quedar recientemente al voto el inicio de un proceso de destitución a la presidenta Dilma Rousseff; Cuba y su inesperado giro copernicano hacia EE.UU.; y ahora, la confirmación de la mayoría de peruanos de continuar con el mismo modelo económico al sacar de carrera a la guapa candidata de la izquierda peruana, Verónika Mendoza y solamente decidir entre los matices de la derecha ofrecidos por Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski.

Ahora bien, tampoco es que deseara que la región se torciera hacia la izquierda, porque si de algo estoy seguro es que un académico de izquierda no soy, pero sobre todo muy seguro estoy que nunca jamás de derecha seré. Quisiera una América Latina social, desde el centro, donde la sensibilidad por el mundo y la vida es mayor. La pura economía de mercado siempre es tan dañina como el sistema controlista de las economías cerradas. En cambio, la economía social de mercado siempre será la mejor por su probado carácter humanitario. Es realmente la única inclusiva, pero pocos la llevan a la acción.