No hay duda que, cuanto menos en lo que va de este gobierno, una de sus características más resaltantes es la capacidad para no ruborizarse por la pulverización de la meritocracia. En el poco tiempo al mando, el gobierno del presidente Castillo ha repartido altos cargos entre los allegados y amigos a todo tren, sin despeinarse.
Ni siquiera le ha hecho sonrojar la cercanía de algunos de los nombrados con el terrorismo de Sendero Luminoso y del MRTA. Para colmo, el congresista y primer ministro Bellido recibe un reconocimiento público como defensor de las mujeres, apenas unos días después de haber sido denunciado por una colega parlamentaria de haberle faltado con una expresión sexista. Y ni qué hablar del gran amigo de Palacio, el ex presidente boliviano Evo Morales, quien se paseó por Lima con resguardo oficial, sin ser autoridad.
El gobierno ha establecido así, con energía, una amistocracia que mata toda meritocracia. Lo peor es que esto parece no alcanzar límite pues esa amistocracia puede dirigirse hacia espacios vitales para el país, los mismos que si sucumbieran a ella, significaría la ruina para el país. Por eso, sectores como Cancillería o el MEF, y desde luego, el Tribunal Constitucional (TC) o el Banco Central (BCRP), que son verdaderamente estratégicos, no pueden prescindir de una muy capacitada tecnocracia, independientemente del grado de amistad que una a los funcionarios con la alta jerarquía del gobierno de turno. O con otros grupos de interés.
Estando en estas horas cruciales definiéndose la continuidad de Julio Velarde la sombra de la amistocracia se cierne sobre el BCRP. Hoy más que nunca debemos asegurar directores del BCRP que no generen desconfianza en los inversionistas pero que al mismo tiempo no tengan en su pasado nexos con la gran empresa. ¿La razón? Urge generar y construir credibilidad en todos los peruanos, no solo en una parte.