Predicador de la revolución, enemigo irreconciliable de la civilización cristiana, declarado defensor del supremacismo amerindio, belicista incorregible, negador de la propiedad privada y pertinaz defensor del Estado omnipotente. Estas son algunas de las definiciones que caracterizan de singular manera al caudillo del etnocacerismo Antauro Humala, quien muy probablemente se presente a las próximas elecciones generales con el propósito de ocupar el cargo presidencial. Mientras Antauro intenta excitar a las masas populares con discursos inflamados, donde el resentimiento y el deseo de venganza ocupan un lugar predominante, la derecha como fuerza política opuesta al ideario etnocacerista, se mantiene en un “silencio estridente”, para emplear un oxímoron que le gustaba al maestro Marco Aurelio Denegri. Este “silencio atronador” de la derecha, que no combate y prefiere reducir al mínimo la importancia política de Antauro, es un error sumamente grave. Hay que derribar intelectualmente al oponente y refutar sus tesis equivocadas. ¡Estamos en una guerra discursiva! Empleo este término bélico porque así como en la guerra, en política vence quien mejor estrategia de movimientos demuestre, y quien mejor utilice el armamento con el que cuente. Nuestro armamento principal son las habilidades intelectuales, la coherencia de los razonamientos, la destreza discursiva y la fortaleza de ánimo para no mostrar cobardía ante el adversario político. Antauro es un actor político decidido y crecerá implacablemente sino reaccionamos. Por eso, sin mostrarnos dubitativos, hay que proclamar las injusticias de su ideología y los graves trastornos que generaría en nuestra sociedad.