El primer Congreso que recuerdo es el de 1980-1985, con mayoría de la alianza Acción Popular-PPC. Pese a los personajes políticos de gran nivel intelectual, hubo escándalos, señales de corrupción e inacción frente a la crisis económica y el incipiente terrorismo. Debe ser por ello que en su momento fue catalogado como uno de los “peores de la historia”. El problema es que sucesivamente todos han tenido la misma calificación.
Ocurre que los cambios son siempre de nombres, pero nunca de actitud. La historia se vuelve a repetir cada cinco años, de pronto no son las mismas caras, pero siguen sirviéndose del Estado para exclusivo beneficio de sus intereses personales.
En los años noventa fue famosa una viñeta de humor político en la que un ciudadano de a pie lanzaba una alternativa a la crisis del país. “Parece que solo nos queda una salida”, decía. “¿Cuál?”, le preguntaban. “Que todos vayamos a trabajar al Congreso”, respondía. La sensación siempre fue que allí se ganaba la plata fácil.
Hoy no es la excepción. Las últimas revelaciones sobre el presunto apoyo de algunos legisladores ( con sus votos) a operativos políticos del Ministerio Público a cambio que no se abran o se archiven investigaciones fiscales en su contra, ha demostrado nuevamente que el tema de la honestidad pasa como un elemento secundario en el Parlamento.
“Estamos reuniéndonos con todos...necesitamos los votos...porque la JNJ puede sacar a Patricia”, se escucha en un audio a Jaime Villanueva, asesor de la Fiscal de la Nación, en referencia a los congresistas.
En los últimos tiempos es frecuente en la política el surgimiento de este tipo de actores, que conforman verdaderas asociaciones delictivas. Por lo menos hay 11 legisladores que coordinaban con el asesor de Patricia Benavides para operativos nada santos. Sin embargo, es increíble como algunos minimizan ello. “No es posible que los acuerdos que se hacen siempre en todo el mundo sean considerados punibles”, dicen algunos. “Solo son buenas relaciones”, agregan otros. Es como si a los ladrones los llamáramos simples “amantes de lo ajeno”.
Es cierto que hay que hacer algo, pero lo primero es que los electores debemos ser autocríticos. Recuerden que nosotros los pusimos allí. Como decía el periodista español Rafael Norbona: “Se echa la culpa de todo a los demagogos (y corruptos), pero la ciudadanía no es menos responsable de la degradación de la vida política. El hedonismo, el individualismo, el egoísmo, la frivolidad, el odio, la intransigencia y la incultura son el suelo fértil donde prosperan estos indeseables”.