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Un día como hoy, hace 24 años, Alberto Fujimori era reelegido en primera vuelta para dar inicio a su segundo gobierno. Soy muy consciente de que yo no recuerdo el régimen de Fujimori. De hecho, un día como hoy hace 24 años yo ni siquiera había nacido. Tampoco me tocó vivir lo que vino antes: terrorismo, hiperinflación y temor.

Por eso, cada vez que escucho hablar con pretendida autoridad sobre lo ocurrido a alguien que, como yo, no recuerda esos años, me sobrecoge el desconcierto. Me cuesta opinar sobre algo que yo no viví pero muchísima gente a mi alrededor sí.

Por eso, esto va para mi generación:

En el Perú nos cuesta mucho conciliar puntos medios, y somos nosotros quienes tenemos que aprender a navegar entre grises. La mayoría de veces, las personas no son malvadas ni santas. Alguien que hace un bien enorme puede causar muchísimo daño. El sosiego y el perjuicio no son mutuamente excluyentes. La polarización de esta naturaleza nos puede llevar a un universo maniqueo de dos extremos que nos empuje a perder objetividad y nos enfrasque en discusiones que no le hacen ningún bien al país.

Hay un par de cosas que tengo claras. Fujimori llevó a cabo las reformas que el Perú necesitaba en ese momento para evitar convertirnos en un Estado fallido. También me queda clarísimo que rompió el orden constitucional, compró a la prensa e intentó escapar de la justicia. ¿Por qué se nos hace tan difícil aceptar los hechos?

Entendamos las cosas como son. Nuestra generación tiene la oportunidad de ver las cosas con una objetividad que no ha sido marcada por el pesar emocional que implica haber vivido una época tan complicada como lo fueron los 80 y 90 en nuestro país.

Dejemos de categorizar entre “buenos” y “malos” y recordemos: nuestros héroes pueden no ser tan dignos. Y nuestros villanos, no tan infames.