Con varios expresidentes de la República envueltos en las redes de la corrupción -ya en prisión o a punto de entrar a ella-, con presidentes regionales encarcelados -en investigación o en proceso-, con alcaldes denunciados y con un Poder Judicial estigmatizado estamos ante un flagelo que mina la autoestima y la confianza en la democracia y en los políticos. Algo muy serio que parecería no se toma en serio. Banalizar estas noticias no ayuda a su superación; tratarlas como si fueran parte del paisaje no determina el necesario rechazo colectivo; avanzar lentamente y sin progresos abona a una inercia suicida.Toda investigación toma su tiempo, pero la ciudadanía tiene que estar informada de decisiones y acciones sistemáticas. Hasta ahora no sabemos el contenido del acuerdo suscrito por el Ministerio Público con Odebrecht y si defiende o no los intereses del Perú como nación víctima de la corrupción internacional organizada.

Los desastres naturales de El Niño costero desplazaron del centro de la atención la corrupción mafiosa. Las noticias fueron por otro lado y ahora se corre el riesgo de dejar de priorizar este cáncer que no debe postergarse. ¿Es suficiente que, desde la cúspide del poder, se imparta ejemplo y actitud para cambiar una sociedad? ¿Puede la clase política dejar de beneficiarse de los cargos públicos?Estamos ad portas de una reforma política electoral y el aspecto esencial es y seguirá siendo el financiamiento de las campañas políticas. La alternancia debe ser el instrumento para castigar a los malos gobiernos y reducir la corrupción. Pero, si son los corruptos los que la financian, se convierte en herramienta para la continuidad del flagelo presente, lamentablemente, en gobiernos de todos los colores. La corrupción debe ser eliminada institucionalmente. Un liderazgo honesto es importante pero no lo es todo. Erradicar la impunidad debe ser una lucha permanente que todos queremos ver.