No cabe duda que la situación política por la que atraviesa la presidenta de Chile, Michelle Bachelet y su gobierno, es cada vez más crítica. Ni ella ni nadie de su entorno partidario pensó jamás que por estas semanas soportaría la mayor crisis en su regencia como mandataria, algo que, además, nunca fue registrado en su gobierno anterior. Bachelet debe actuar con mucho sigilo si realmente quiere superar los estragos por lo que pasa su permanencia en el poder. Luego de sentir los embates de los incendios en el sur del país y las inundaciones en el norte, sin duda la revelación compromisoria de su hijo y de su nuera, seriamente asociados a actos de corrupción, la están llevando a una situación inmanejable. Para frenarlo pidió la renuncia de todo su gabinete ministerial donde solo ha sido ratificado el ministro de Relaciones Exteriores, Heraldo Muñoz.

Lo que sigue llamando la atención es que, incluso la renuncia de su gabinete, que busca darle un espacio de oxigenación por el impacto de la corrupción -una situación políticamente atípica en Chile-, no ha podido detener la agudización de la crisis política. En esta coyuntura altamente sensible e inestable en Chile, es evidente que Bachelet se vuelve sumamente vulnerable y eso es un riesgo para su control del poder.

Para salir de la confusa y tan comprometedora situación en que se encuentra, debería profesar una actitud inmisericorde y, en ese sentido, tendrá que sopesar un escenario muy doloroso en el que deberá hacerse la idea de que si su propia familia tiene rastros de involucramiento en cuestiones de corrupción, ella misma debe incitar la aplicación estricta de la ley. La gente empieza a no creer en la presidenta por todo lo sucedido y eso puede poner en grave riesgo su actuación política al frente del Ejecutivo de su país.

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