La repentina puerta que se les abrió a los congresistas que renunciaron a sus partidos para conformar sus bancadas propias no tardó en dar a luz un primer esperpento: la autodenominada bancada “liberal”. La conforman los parlamentarios Costa, Lombardi, Petrozzi, Zeballos y De Belaunde. Desde luego, si se les otorga legalidad, aunque sea un tema discutible, tienen todo el derecho de formar su bancada. Lo sorprendente es que se pongan el membrete de “liberal”. Porque quizá con la única excepción de Lombardi, los otros de liberales no tienen nada. Salvo que estén tomando el concepto de la jerga norteamericana donde a la izquierda demócrata les gusta que les digan “liberales”, aunque lo liberal, en su esencia originaria anglosajona, esté relacionado, en mucho, a lo contrario que propugnan.
Pretender sorprender al elector es una práctica cuestionable éticamente en política. Es aprovecharse de la ya demasiado confundida sociedad política peruana, donde todos son de todo y nada a la vez. Las doctrinas políticas tienen sus propios campos definidos, y aunque sus linderos no sean taxativos, existen con la suficiente claridad como para saber quién es quién en política. El socialista que se reclama como tal es totalmente respetable, se coincida o no con sus ideas. Pero quien se camufla en otra piel es peligroso. Puede mutar en cualquier dirección y carece de confiabilidad. Se acomoda de acuerdo a como soplen los vientos. Carece de real identidad.
Es lamentable que congresistas con clara tendencia izquierdista, más ubicados en el espacio de la social democracia, se avergüencen de su propia ideología y se apropien de un nombre marketero para confundir a la gente. Porque Costa y Zeballos, por citar dos ejemplos, tienen de liberales lo que Letona, Mulder o Alcorta tienen de comunistas. A este paso, no tardarán en decir que Susana Villarán es “liberal” también. O quizá ya lo dicen.