Señor ministro Basombrío, ¿no le parece que ya es mucho roche este rosario de asaltos y asesinatos que a diario salpica sangre y temor en Lima, Callao y balnearios? El efecto de las recompensas por los más buscados estuvo bien como punto de partida, pero la cruda realidad demanda acciones que vayan más allá del maquillaje y tengan a la inteligencia como base de una estrategia que garantice resultados tangibles contra el crimen organizado y la delincuencia común.

Alegará usted que está sobre la mesa un paquete de normas emitidas por el Ejecutivo en el marco de las facultades otorgadas por el Congreso; no obstante, todo esto seguirá sonando a retórica si es que, desde el fondo del Gobierno, no se escucha la voz de mando que dirija y lidere el gran operativo para pacificar las calles. El Presidente, cuando aborda el tema, lo hace con la carcajada como escudo principal y una superficialidad alarmante.

¿O nos vamos a pasar la vida pagando a gente para que nos diga dónde se esconden los narcotraficantes, violadores, corruptos, ladrones y demás lacras? Lo imperativo es evitar el accionar de estos especímenes, pisándoles los talones y respirándoles en la nuca. En otro lenguaje, basta de llorar sobre la sangre derramada y que la PNP renueve la consigna de la previsión como política funcional y le gane al delito por puesta de mano.

Por lo demás, el Parlamento -de mayoría fujimorista- no debería mostrarse tan arisco con las modificaciones planteadas por Zavala y compañía porque, durante la campaña electoral, Fuerza Popular alardeó en materia de seguridad con la polémica e inviable propuesta de sacar a las Fuerzas Armadas a las calles.