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El Santo Padre llega al Perú para llamarnos a la unidad y la esperanza. Para construir la unidad, hemos de recordar el papel fundamental que ha jugado la Iglesia Católica en el proceso de construcción de la Peruanidad. La construcción del Perú es un ejemplo de unidad trascendente. Sin el catolicismo, no existiría Latinoamérica. La trayectoria y el destino de todo el continente están unidos al cristianismo. Por eso, que el sucesor de Pedro venga a recordarnos la importancia de la unidad implica que, aunque somos conscientes de los desafíos del futuro, también debemos recordar la enorme tradición de la Iglesia en estas tierras. El que olvida la historia amputa lo mejor de un país. Y una institución bimilenaria ni puede ni debe olvidar el depósito de su rica tradición. De esas raíces provenimos y de esa savia hemos de aprender.

Esto no significa que la Iglesia no contemple el futuro con esperanza. La historia es un ensayo de unidad, un triunfo de la unidad trascendente. Pero el futuro de la Iglesia y de los países forjados por ella es siempre un canto a la esperanza. Por supuesto, la esperanza es realista. Nuestro país se enfrenta, como todo el mundo, a una ola neopagana galopante mezclada con una sensiblería políticamente correcta. El relativismo es el gran enemigo de nuestro tiempo y nos encontramos inmersos en una guerra cultural. Esta guerra es esencialmente espiritual. La Iglesia Católica es el gran bastión, el faro que continúa proclamando la doctrina más revolucionaria de toda la historia de la humanidad: el Amor con mayúscula.

A cada época, un papa. Francisco ha llegado para confirmarnos en la unidad y la esperanza. Bienvenido, peregrino de la paz. Has llegado a una tierra que resiste y lucha porque es consciente de su trayectoria y destino.