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ALAN GARCÍA - Expresidente del Perú

Los creadores auténticos expresan sin lugar ni tiempo los grandes temas humanos. Shakespeare y su duda monologante, Cervantes y la reconstrucción de lo real por la ilusión, García Márquez, médium de Latinoamérica y la incertidumbre mágica del mestizaje, Beckett y su espera sin sentido ni objetivo. Ahora Dylan, como ellos, deberá ser pensado para encontrar las constantes de su grandeza.

Pero su nombramiento es la ruptura más profunda en la historia del Nobel. Por fin, los suecos descubren que el mensaje vale más que la envoltura o que un gran verso con sonido vale más que un libro cansino. Y si negaron su premio, por razones políticas, a Borges -el poeta homérico de nuestro tiempo-, o recibieron la bofetada del inmenso Sartre que no aceptó el galardón; ahora revolucionan su significado. Pero no son los suecos quienes honran a Dylan, es él quien honra al Nobel.

Con su voz nasal, su denuncia lúdica, a veces cínica, construye la imagen del niño desordenado; inquietante como El Principito, pero apático y, en apariencia, sin ilusión. Es la voz del combatiente que sabe perdida la batalla, porque la esencia humana no cambia, pero sigue “Soplando en el viento” como la misma humanidad. Quizás porque en él, que es Zimmerman, hay tres mil años de historia errante. Un niño de imagen ingenua que ve el ciclo eterno bajo la ilusión, un psicoanalista de la especie humana que diagnostica dos veces un solo individuo: “Encontré un hombre herido por el amor”, y añade: “Encontré otro, herido por el odio”, porque el uno, es el varios y el mismo, como la herida profunda del Alma Buena de Shezhuan de Bertold Brecht, que era buena y mala al mismo tiempo.

Estados Unidos vivió su amarga derrota en Vietnam. Soplaba al viento. Y Dylan cantó: “¿Cuántas veces debe un hombre voltear la cabeza y pretender que no ve?”, “¿Cuántas veces debe caer para que tú lo llames hombre?”. Pero luego, EE.UU. se reencontró superior cuando la otra mitad del mundo se derrumbó. Se proclamó “El fin de la historia”. Súbito, la ilusión se derrumba y por diez años las sociedades, henchidas de computadoras y riqueza, viven en la angustia y el desorden. “It’s a hard, it’s a hard” canta Dylan que vio una “autopista de diamantes sin nadie en ella, o diez mil habladores con la lengua rota”. Y entonces suena profético su “Like a rolling stone” de 1965: “Hubo una época en la que tú te vestías muy bien, arrojabas una moneda a los viejos en tu plenitud. ¿No es verdad? Ahora ya no hablas tan alto, ahora ya no pareces tan segura de tomar y mendigar tu siguiente comida. ¿Cómo se siente, cómo se siente?”.

¿No se adelanta con ello a la Europa en crisis que reconvierte en pobres y ciegos a muchos, mientras la sitian los bárbaros migrantes?. “Estás sin hogar, como una completa desconocida, como una piedra que rueda”. Pero la respuesta sigue soplando en el viento y ese final es un comienzo: “Cuando no tienes nada, nada tienes que perder. Ahora que eres invisible, no tienes secretos que ocultar”. Con ello, Dylan les dice: “Eres más libre” a los burgueses y a los indignados, porque individuos y pueblos son pueriles como él canta: “Ella hace el amor como una mujer, sufre como una mujer, pero se rompe como una niña”. Con lo eterno de esos temas, Dylan honra al Nobel. Y con la versión sonora de su poesía, porque la música es, como Pitágoras refirió del giro de las estrellas, un lenguaje celestial. En suma, Dylan, soplando en el joven viento con su rondín solitario es toda una revolución que relanza al viejo y agotado Nobel.

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