El discurso boliviano con relación a Chile revela una fractura socio-histórica producto de la falta de un arreglo total entre ambos países luego de los sucesos de fines del siglo XIX y comienzos del XX, que terminó por encerrar a los altiplánicos en los Andes, lo que generó un imaginario colectivo de desencuentros, recelos y resentimientos. Cada vez que el presidente Evo Morales habla de Chile, no vemos un discurso conciliador o tolerante. Bolivia se cansó de esperar una respuesta chilena a su demanda histórica y por eso tuvo que dar el paso de demandar a Santiago ante la Corte Internacional de Justicia en 2013, requiriendo del máximo tribunal de la ONU que obligue por un fallo a Chile a negociar una salida al mar soberana para La Paz, y ahora pretende hacerlo con relación a las aguas del río Silala, que Chile osadamente considera aguas internacionales, cuando no lo son. Morales no cree ningún cuento chileno y por ello desata su artillería pesada contra sus autoridades, a las que consideró en todo momento colonialistas. En el fondo, el discurso boliviano tiene otro objetivo: persuadir a la Corte de la inconducta chilena a través del tiempo, una cuestión ampliamente valorada por las Naciones Unidas. Para los bolivianos, cuyos sentimientos estarían encarnados en las palabras de su presidente, más bien son los chilenos los abusivos y agresivos. En cambio, en Chile se tiene la idea de que, al haber sido demandados por los bolivianos, estos han actuado ofensivamente. A nosotros por hacer lo mismo nos dijeron que habíamos tenido un gesto inamistoso. En el fondo, no le conviene a Chile ser visto como país abusivo, porque ese tamaño de sensibilidades podría consumar su disloque vecinal con La Paz.