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La reciente noticia de la muerte por acuchillamiento de un boliviano a manos de su compañero de trabajo chileno, en la zona agrícola de la región O’Higgins de Chile, pone al descubierto las incontrastables heridas abiertas entre Bolivia y Chile. Una realidad que acumula la frustración altiplánica, que mal administrada podría convertirse con el transcurso del tiempo en un factor conflictual. Lo voy a explicar. La relación bilateral entre ambos países fue impactada por el resultado de la guerra que Chile planeó contra Bolivia en la segunda mitad del siglo XIX -es verdad que también la preparó contra nuestro país-, encerrándola luego en los Andes. Así, de ser un país marítimo con el vasto territorio de Atacama, fue convertido en un Estado mediterráneo, y esa nueva cualidad restringida afectó muchísimo en el ego nacional boliviano. Más de cien años después de que fueran vertidas las promesas chilenas al por mayor hacia La Paz, el Gobierno de Bolivia decidió dar el paso histórico de demandar a Chile ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) -fue el mayor mérito de Evo Morales, el primer presidente indígena de Sudamérica-, que emitió al cabo de 5 años de un juicio internacional su fallo el 1 de octubre del 2018, decidiendo por goleada una sentencia a favor de Chile al establecer que no existe obligación por los sureños de sentarse a negociar con Bolivia una salida soberana al mar para los altiplánicos. Este resultado ha producido una frustración muy grande en el imaginario colectivo de los bolivianos, quienes no parecen quedarse de brazos cruzados. Evo no quiere pasar a la historia como el presidente de la derrota, y por eso se explica su reciente insistencia de llevar la causa de su país ante la ONU. Está claro que su objetivo ahora es político, pues jurídicamente las posibilidades en la ONU son nulas, dado que la CIJ es el órgano judicial de la ONU. Persistirán, entonces, en la cuerda política y con mejores condiciones económicas, romperán la asimetría militar con Chile, para luego construir la cultura nacional de la insistencia por lo que las enemistades -no mantienen relaciones diplomáticas desde 1978- se convertirían en una regla.