Se acabó la especulación y la finta de los políticos británicos. Ayer el Reino Unido (RU) ha iniciado el proceso de su salida de la Unión Europea (UE), a la que estuvo vinculado desde 1973, a pesar de la negativa del presidente francés Charles de Gaulle. La primera ministra Theresa May, aunque lo niegue -en el fondo no quería llegar a este momento-, ha tenido que activar el artículo 50° del Tratado de Lisboa, que prevé el proceso de separación progresiva (dos años desde ayer). Por primera vez en los sesenta años de existencia de la UE, un miembro del exitoso bloque económico, otrora modelo del globo, pierde a uno de sus miembros más prominentes.

Pero esta separación es el cumplimiento de la voluntad mayoritaria al interior del RU y frente a ello realmente poco se pudo hacer. El escenario hacia adelante, en que el RU jugará solo su partido internacional, es un reto a administrar. El problema más importante y grave que se va a presentar en lo inmediato es la escisión política que podría surgir desde Escocia e Irlanda del Norte, países que forman parte con Gales e Inglaterra de lo que se denomina Reino Unido y que ya han manifestado su posición de permanecer en la Unión Europea. La descomposición geopolítica es una seria amenaza para el futuro de la isla continente. El RU como tal es fuerte políticamente en el sistema internacional, pero escindido no lo será. Aunque la primera ministra británica invoque por estas horas la unidad en el RU, este es el asunto de fondo que emerge cuestionable. Luego del reciente atentado en Londres, a los británicos les queda claro que una de las razones de peso para dejar la UE es haber permitido el ingreso en la isla de muchos terroristas camuflados entre los refugiados. El proceso debe hacerse buscando los menores perjuicios para los 3 millones de ciudadanos de la UE que viven en el RU. No usaron el euro ni fueron parte del territorio Schengen, pero igual se van de la UE, que podría comenzar a desvanecerse.

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