Hace dos días un vehículo con apariencia de bus (modificado artesanalmente) se cayó a un abismo con veinte pasajeros, todos ellos pertenecientes a una iglesia evangélica. Falleció una persona y quince quedaron heridas. El hecho ocurrió en la zona de Pampamarca, en Huánuco. La noticia pasó desapercibida en todo el país. Era evidente, toda la atención estaba centrada en el autobus que se vino abajo desde el cerro San Cristóbal, en Lima.

Las malas condiciones de las vías y la informalidad del transporte son problemas mayores en el interior del país. Los accidentes son frecuentes, no solo en las carreteras nacionales, sino principalmente en las rutas de acceso a distritos o centros poblados.

En el centro del país, las vías son mil veces más peligrosas que la que conduce al cerro San Cristóbal. Por ejemplo, en algunos kilómetros de la ruta Huancayo-Ayacucho, la carretera es de un solo carril y tan angosta que en algunas curvas se pueden ver las llantas de algunos buses en el aire. Una mala maniobra, una pestañeada o un vehículo con falla mecánica significará irse al abismo. Y eso que nos referimos a las vías en condiciones climatológicas normales, cuando no hay lluvias, nevados o huaicos. Imagínense con estos fenómenos, que siempre suceden entre diciembre y marzo. Realmente es de espanto.

Los presidentes de la República, gobernadores regionales y autoridades locales han prometido mucho para solucionar esta problemática, pero la realidad ha degradado todo lo que dijeron. Cuando llegan al poder se olvidan de los planes y proyectos que tenían para que la gente viva mejor.

Si bien es cierto, generalizar suele ser bastante injusto. Con todo lo que ocurre en nuestro país, la gente no solo califica de corrupta a nuestra clase política, sino también de incapaz.