En junio del 2002 se conocieron por primera vez los cacerolazos, cuando los arequipeños tomaron las calles en protesta contra el gobierno de Alejandro Toledo que planificaba privatizar la empresa Egasa. El estudiante Edgard Pinto falleció y más de 100 personas, de miles que marchaban en el centro de la ciudad, resultaron heridas.

El ingenio de las amas de casa de no salir las llevó a usar tapas de ollas o cacerolas para generar un ruido que retumbaba en cada rincón de la ciudad. A las 8 de la mañana, mediodía o en horas de la tarde y noche el sonido se volvió común por días. Al final, Toledo retrocedió en sus intenciones.

Días que son parte de la historia de Arequipa y del país.

Esa medida de protesta volvió a sentirse durante la última semana y con mayor insistencia el sábado 14-N, cuando miles de jóvenes tomaron las calles de ciudades del país, mientras que los mayores, en especial amas de casa, desde sus casas hicieron sentir su indignación contra el usurpador de la democracia, Manuel Merino, nefasto personaje que llegó al poder con apoyo de agrupaciones políticas oportunistas que derrocaron a Martín Vizcarra. Ayer al mediodía el infiltrado en Palacio de Gobierno renunció y ahora se va sobre sus espaldas con una pesada carga de responsabilidad: 2 muertos (Jack Pintado (22), (Inti Sotelo (24) y el repudio total.

El 14-N será recordado como el día en que el país salió y luchó en las calles por su dignidad, defendiendo la frágil democracia instaurada hace 40 años cuando, curiosamente, Fernando Belaunde de Acción Popular, llegó a la presidencia tras varios años de dictadura militar y Merino, quien también es populista, apareció como traidor y sepulturero de su partido.

El país es más grande que sus problemas y está crisis acabará pronto bajo la atenta vigilancia de la ciudadanía. Saldremos adelante.