El debate entre los candidatos presidenciales argentinos, Javier Milei y Sergio Massa, nos deja varias reflexiones. La primera es un formato televisivo parecido a un programa concurso de respuestas rápidas e ingeniosas si fuera posible. También para tirar “trapos sucios” y, si no existieran,  los inventan y repiten tantas veces para que cale en el electorado. Una performance conocida y previsible. Al final, las reglas para sobrevivir consisten en no “pisar las cáscaras de plátano” y tampoco “resbalar con las palabras”.

En segundo lugar, es la diferencia con los debates presidenciales en el Perú. La versión argentina resulta más ágil y entretenida, pero no por la conducción, tampoco por la escenografía y puesta en escena, sino por la singular performance de ambos candidatos. Cada uno con su estilo particular. Si bien Milei ha ganado tablas como comunicador y duro crítico al gobierno, Massa mostró ser un político profesional a pesar de su punto más débil: ser el ministro de economía de un país con inflación. Sin embargo, Milei prefirió ironizar sus propuestas electorales y no responsabilizarlo por la crisis que azota al país. Curiosamente, terminó siendo interpelado por el candidato del oficialismo.

En último lugar, Milei tampoco aprovechó para moderar su discurso libertario virando hacia el centro, como es usual durante un balotaje. Massa, en cambio, no perdió tiempo para seguir infundiendo temor entre los votantes. Es la recta final, el domingo 19 una mayoría de ciudadanos tomará la decisión que llevará al país hacia una oportunidad de cambio o a continuar en el statu quo.

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