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Conversábamos hace poco, Mariana, sobre varios temas del mundo posmoderno en el que te ha tocado nacer. Ciertamente, es un mundo difícil, más complicado que el mío, el de la generación de los cuarentones. O tal vez no. A cada época, su problema. A cada época, su desafío. Y también, a cada época, su gran herejía. Los cristianos de todos los tiempos han tenido que enfrentarse a la tentación personal y a lo que la doctrina social de la Iglesia llama “estructuras de pecado”. Las tentaciones arrecian en tu mundo posmoderno, Mariana. Pero ninguna tentación es más fuerte que la gracia.

En efecto, el poder transformador de la gracia es real. No hay nada más real que la gracia. Con todo, en un mundo posmoderno es posible, racionalmente, argumentar sobre la superioridad de ciertos principios sobre los falsos valores que intentan expandirse desde el Estado y los medios de comunicación. Es posible resistir y presentar batalla porque el esplendor de la verdad es real. La realidad es verdadera. Y de la realidad nace el sentido común. La realidad es el gran cuartel, el castillo de diamante en el que las mujeres y hombres de buena voluntad deben refugiarse para resistir el embate de la persecución ideológica.

No es un mundo fácil, claro que no. Es un mundo complicado y oscuro, cruel y tramposo. Es el mundo en el que te ha tocado vivir, hija mía. Pero es un mundo valioso, tan valioso que Dios dio su vida por los que viven en él. El gran desafío de nuestro tiempo es el relativismo, que pervierte toda verdad. Creo que debemos empezar por allí.