“…está claro que Castillo ya ganó. Hay que esperar la proclamación del JNE…, algunos están retrasándolo, algo que es evidentemente una cosa amoral”. Estas fueron las declaraciones al diario La Nación de Argentina del arzobispo de Lima, monseñor Carlos Castillo Mattasoglio, a pocos días de cumplirse un mes de las elecciones y sin que el JNE decidiera la proclamación del profesor Pedro Castillo como presidente electo, lo que recién se hizo hace pocos días, y en correlato lógico, acaba de recibir sus credenciales como el ciudadano peruano con la más alta investidura de la nación y el Estado.

Aunque ya hemos cerrado el capítulo electoral, apunté en mi libreta de temas para mis columnas diarias, precisamente las referidas expresiones del primado de la Iglesia peruana. No me sorprende de que haya emitido juicios políticos, pues siempre los han formulado, aunque debo destacar que cuidando los modos de hacerlo, para no parecer con afiliación política, una penosa contradicción con el potente mensaje de Jesús: “Mi reino no es de este mundo”.

Lo que me ha llamado la atención es que por el único sentido como pueden leerse sus declaraciones -eran una llamada de atención a quienes desde su óptica, estaban poniendo trabas a la proclamación del profesor Castillo-, califique de “cosa amoral” a la referida actitud obstruccionista, cuando en realidad lo que debió decir era “cosa inmoral”.

Lo amoral es la ausencia de moral y no la negación de lo moral como es lo que todos entendimos del sentido de las palabras del jefe de la Iglesia peruana. Lo amoral no tiene nada que ver con las consideraciones de lo bueno y de lo malo que son propias del mundo de la moral. El amoral las desconoce por lo que no sabe si obra bien u obra mal.

Está claro que para monseñor Castillo, aquellos que venían dilatando la anotada proclamación, pues era inmorales, y por tanto, merecían el castigo de Dios o del derecho por su conducta. Respetuosamente, constato que nuestro arzobispo -ruego no ser excomulgado por decirlo- o no sabe distinguir conceptos básicos estudiados con rigor en las escuelas de teología o de filosofía, o quiso sorprender a medio Perú camuflando su verdadera opinión.