Las tres primeras entrevistas que ha dado el profesor Pedro Castillo en su calidad de presidente del Perú no solo nos muestran la precariedad general de quien rige los destinos de 33 millones de ciudadanos, sino también del entorno que lo asesora en Palacio de Gobierno o el despacho paralelo de pasaje Sarratea, que lo ha hecho salir muy mal parado, especialmente por llevarlo a repetir una y otra vez que ha llegado al más alto cargo del país para “aprender”.
Si la idea era mostrarse como el “hombre sencillo”, “de a pie” y “provinciano”, frente a los “los poderosos”, “prepotentes” y “limeños” que no lo comprenden ni le dan tiempo de aprender a gobernar el país, el efecto ha sido todo lo contrario. Es imperdonable que un presidente admita que no sabe ni dónde está parado, porque de inmediato viene la pregunta que aún no responde: ¿entonces por qué fue tan irresponsable de para salir a pedir a los peruanos que se suiciden votando por usted?
Claro que tampoco hay que dejar de lado la gran responsabilidad que tienen los ciudadanos que votaron por el profesor a pesar de que todos conocían muy bien sus oscuros antecedentes (¿qué más turbio que ser un aliado del Movadef?) y especialmente sus limitaciones, las cuales no solo han sido confirmadas y reconfirmadas en los primeros seis meses de su gestión, sino que él mismo las ha terminado de admitir ante el mundo entero, a través de la entrevista de lunes.
Además, con su discurso trillado y sensiblero, el presidente Castillo falta el respeto a millones de peruanos de vinieron “de abajo” y que sin tener muchas oportunidades en la vida, han surgido gracias a su propio esfuerzo, sin necesidad de ser revoltosos, ni de bloquear carreteras, promover la informalidad, rodearse de buenos para nada, andar para arriba y para abajo con filoterroristas y terroristas, o de pedir plata al Estado sin ofrecer nada a cambio, como pasa con los profesores que se niegan a ser evaluados.
El espectáculo que ha dado el presidente Castillo especialmente en la entrevista a CNN, es una muestra más de que el hombre está en la calle y que su mundo sigue siendo su tierra y su sindicato de agitadores y radicales, lo cual no tendría nada de malo si no estuviésemos hablando de quien es el llamado a ser el líder de un país que atraviesa una crisis histórica y que lo que menos necesita es un aprendiz sentado en Palacio de Gobierno mirando al techo y las paredes para ver qué hace.