El gobierno del presidente Pedro Castillo se inauguró con lo que debe ser un récord mundial: afrontó su primera crisis de gobierno cuando todavía no despachaba en su oficina ni tenía ministros que ejercieran labor de gobierno. No contento con ello, quiso dotar de espectacularidad a su debut nombrando a un admirador de Sendero Luminoso como primer ministro, en la misma Pampa de la Quinua, configurando un acto que en sí mismo era una contradicción simbólica: un espacio de triunfo de las fuerzas armadas patriotas que ahora elevaban a un premier admirador de quienes pelearon para aniquilarlos. La señal no pudo ser peor para un presidente que urgía, como nadie, de gestos de credibilidad rápidos y potentes. Porque no hubo presidente peruano que asumiera el mando en medio de la incertidumbre que significa Castillo en sí mismo. Ni en medio de las sombras por un posible fraude electoral que lo llevó al poder.
Este desbarajuste fue el precio a pagar por dilucidar la correlación de fuerzas en el entorno del presidente. Y quedó claro que la facción de Vladimir Cerrón prevaleció sobre la recién llegada de Verónika Mendoza. Hecho que produjo que dos carteras importantes que eran fijas para allegados a Mendoza, quedaran sin ministros sobre la hora de la juramentación del Gabinete. Ahora connotados personajes de la izquierda caviar empiezan a contar los votos para explorar posibilidades de vacancia a Castillo. ¡Y tiene menos de tres días en el cargo!
Justo es decir que el presidente Castillo no se dejó impresionar y mantuvo su posición, como lo hizo al no ceder al “qué-dirán” progresista de la paridad de género en la conformación de su gabinete. Como cierto es que en su discurso inaugural no arremetió contra la inversión privada ni contra los derechos de propiedad. Sin embargo, nada de esto borró el “efecto Bellido”, que, junto a su insistencia en una nueva Constitución, no hizo sino elevar la incertidumbre a niveles estratosféricos en medio de una de nuestras peores crisis.