Si el lunes ya era irónico y hasta parecía una tomadura de pelo ver al presidente Pedro Castillo dando lecciones de educación en Nueva York, peor ha sido saber que se puso a hablar del “problema de la corrupción en el Perú”. Sí, quien tiene seis investigaciones abiertas en el Ministerio Público por presuntamente encabezar una banda delictiva dedicada a saquear al Estado, se atrevió a poner cara de indignado y a lamentarse de este flagelo.

Sin duda, el jefe de Estado lo hace en Estados Unidos quizá creyendo que sus interlocutores no saben de sus andanzas, de los 20 mil dólares de Bruno Pacheco en Palacio de Gobierno, de su cuñada-hija encerrada en un penal, de su ministro Juan Silva –el preferido– prófugo desde hace meses y de las acusaciones de colaboradores eficaces en el sentido de que le dieron dinero a cambio de adjudicar obras a los amigos.

El mandatario se queja y hasta hace gestos de que “sufre” por la corrupción enquistada en el Estado, pero no dice que cada vez que es citado al Ministerio Público para ser interrogado, prefiere guardar silencio en lugar de aclarar los graves delitos que se le atribuyen, al igual que su esposa que lo acompaña en esta gira pese a afrontar un pedido de impedimento de salida por su rol en la presunta banda criminal que operaría desde Palacio de Gobierno.

Recordemos que incluso el investigado presidente Castillo, el que pontifica y da consejos de lucha contra la corrupción en Nueva York, está pidiendo pasar al retiro al policía que recibió la orden del Poder Judicial de entrar a Palacio de Gobierno a buscar a su cuñada-hija, y que echó a un ministro del Interior que tenía 15 días en el cargo, por armar un equipo de agentes que se iba a dedicar a buscar a los evadidos del entorno presidencial.

En este momento, el presidente menos indicado en toda América Latina para quejarse de la corrupción y dar clases sobre cómo enfrentarla, es Pedro Castillo, el hombre que despachaba en Sarratea a espaldas del país, el que direccionó obras para que parientes y amigos se lleven alguito, el que llegó al poder de la mano de un partido encabezado por un corrupto al que además se paga un sueldo con recursos públicos. Allí está, pues, el “Gobierno del Bicentenario”.