Hace un mes y pocos días advertimos acerca del impacto que produciría la decisión del Tribunal Constitucional de España que suspendió la consulta sobre la independencia de Cataluña que fuera promovida por Artur Mas, presidente de esa región al norte de España. La insistencia de Mas llevó a que el gobierno de Madrid declarase ilegal la consulta que acaba de realizarse el último domingo. De los más seis millones de votantes, salieron de sus casas para ir a votar solo dos millones. La lectura por supuesto no es auspiciosa para los separatistas pues los resultados reflejarían que las 2/3 partes de los votantes -los que no se movieron de sus casas- están en contra de separarse políticamente de España. Pero hay algo más. De los dos millones que votaron no ha sido unánime el deseo expresar una independencia total. Una importante porción de 1/5 de la población votante preferiría un carácter autonómico sin que ello signifique perder su vinculación de dependencia de España. Sin duda, el referéndum apareció deslucido y si lo quiere, jurídicamente falto de legitimidad. Como en aquella ocasión, creo que la pretensión de un sector catalán, resulta muy compleja sobre todo si tenemos en cuenta que los tiempos actuales son de completa interdependencia y que esta es propia de la globalización donde al contrario de lo que piensan algunos en el sentido que los nacionalismos están en crisis, las sociedades en el mundo de hoy están todas armoniosamente articuladas necesitándose mutuamente. La reciente experiencia catalán no ha querido mirar cómo se debe el caso de Escocia que le dijo no a la escisión política, aunque invocó mayor participación en las cuestiones del Estado. La fuerza del gobierno español para valerse de todo su aparato y debilitar la consulta ha primado. Cataluña, entonces, sigue sin piso.

TAGS RELACIONADOS