El papa Francisco, el más confesional de los miembros de la Iglesia por su calidad de representante de Jesucristo en la Tierra, está llamado a pregonar y practicar el perdón que fue el acto más extraordinario del Cristianismo como cuota diferenciadora de la civilización. Perdonar no fue habitual en las culturas del mundo antiguo donde más bien prevaleció el castigo y la intolerancia. En medio de ese cosmos tan adverso, el perdón cobró fuerza a partir del Evangelio y por eso está asociado a la misericordia que es el amor de Dios. Esta base teológica el Papa la acaba de recordar en México y por eso la gente en Chiapas, un Estado de la región sureña del país, mayoritariamente indígena, hasta donde llegó Su Santidad Bergoglio, ha escuchado de los labios del Sumo Pontífice pedir perdón por las desatenciones de un sistema sumamente desigual. En el pasado fue Chiapas el pueblo que se levantó contra el poder y el statu quo mexicano para exigir reivindicaciones que no fueron escuchadas por largo tiempo. Parte de la fractura social fue resuelta. El Papa lo sabe, por eso ha ido hasta Chiapas donde el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, creado en 1983, se levantó en 1994 contra el entonces novedoso TLC firmado por EE.UU., Canadá y México, generando desestabilización en el país. El sur mexicano ha estado postrado y si uno mira el mapa del país advertirá que desde el Estado de Guerrero hasta la frontera sur con Guatemala y Belice, la desatención es un asunto evidente que fue acrecentando un clima de tensión y conflicto permanente que le ha costado a México superar. El Papa comprende que sin perdón y ulterior reconciliación, el país más ensangrentado de la región puede colapsar.