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La gratitud y el reconocimiento son dos apreciados valores humanos que jamás deben estar ausentes entre los hombres.

Michelle Bachelet lo acaba de hacer disponiendo duelo nacional de 3 días en todo Chile por el deceso por causas naturales del expresidente Patricio Aylwin Azócar, el presidente de la transición que fue el arquitecto hacia la democracia luego de haber soportado Chile a la dictadura de Augusto Pinochet Ugarte por 17 años (1973-1990).

Aylwin, se ha ido a los 97 años de edad, una larga vida que en estas horas por respeto a su fresca partida, nos corresponde relievar su figura, la de un conspicuo político; sin embargo, la historia no puede eludir algunos paréntesis en su actuación política.

En efecto, a Aylwin nunca lo vimos salir a las calles o pronunciarse -había sido presidente del Senado un año antes del golpe de Estado que sacó del poder al presidente constitucional Salvador Allende- contra la interrupción de la democracia en su país. Es verdad que varios años después mostró un giro en su actitud inicial integrando el “Grupo de los 24” que rechazó la Constitución que buscó imponer la dictadura.

Lideró el plebiscito que marcó el final de Pinochet como jefe de Estado pero a decir verdad, Aylwin, cuando presidente, no pudo con la fuerza del poder detrás del poder que mantuvo intacto el fiero dictador durante todo su mandato (1990-1994). Es verdad también que su margen de acción contra el poder militar enquistado por muchos años era prácticamente nulo.

Su probada inteligencia emocional, entonces, lo elevó a la calidad de estadista porque cumplió su objetivo: que Chile no mirase más hacia el pasado golpista y se afirmara en el futuro democrático.