GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3
GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3

Solo comprendiendo la cultura china y a Confucio podremos entender por qué China crece y aprovechar su impulso. Pero para ello, debemos superar dos defectos centrales del pensamiento Occidental que interpreta los hechos en la perspectiva del corto plazo o cree que la cultura Occidental es “la cultura única” que, tarde o temprano, todos los pueblos seguirán.

Porque el Modo de Ser o cultura Chino es muy diferente. No tiene un dios creador, porque la naturaleza siempre estuvo, como un flujo sin origen ni fin. Tampoco un paraíso original al que retornar construyendo utopías como hacemos los occidentales. Así, en vez de la duda del Ser o No Ser de Hamlet, la naturaleza y el orden son una certeza. “Están” y estarán. Para los chinos, China siempre fue un todo separado del mundo y con un solo pensamiento básico, el de Confucio. También una fuerza económica. Ya el año uno de nuestra era producía el 20% del producto mundial, en 1500 el 28% y en 1820 el 32%. Si ahora asombra que produzca el 16%, solo comienza a recuperar el espacio que tuvo. Marco Polo, el siglo XII, encontró en el río Yang Tse “más productos y comercio que en todos los ríos de la cristiandad”.

Pero por 3000 años solo produjo para sí misma. Ahora, produce masivamente para el mundo porque comprendió con Deng Xiao Ping, y antes que nadie, que la revolución tecnológica de las comunicaciones derrumbaría las fronteras, aumentando el consumo y la creación científica con velocidad creciente. Y en los últimos 30 años lo aprovechó. Atrajo inversiones extranjeras, instaló en su territorio las industrias mundiales, vendió con ellas a todo el planeta, creció al 10% anual creando cientos de millones de empleos y sacó de la miseria a 500 millones de chinos.

Los occidentales con sus teorías y conflictos políticos no lo comprendieron. Europa exageró el gasto y el endeudamiento como receta milagrosa para aumentar los salarios y el consumo. Pero así, aumentó sus costos productivos y redujo su empleo, porque fue inundada por productos chinos (más barato es un bien si se producen diez millones que cien mil). Ahora debe reducir sus gastos y deuda, y solo tendrá crecimientos de 2% o 3% anuales. Como consuelo dicen: “China que crecía 10%, ahora ‘solo’ crece al 7%”. Claro, pero 4% o 5% más que EE.UU. y Europa.

Y EE.UU. comprueba, con tardanza, que gran parte de su crisis se debe a la falta de competitividad ante China. Sus respuestas irracionales son el nacionalismo y el proteccionismo de Trump. Pero esas recetas no sirven para gobernar. Porque si, como ofreció, pone 35% de impuestos a los productos chinos, originará que los precios internos suban 35% para los consumidores y que, en dos años, sus adversarios ganen la mayoría congresal y amenacen su gobierno. No cometerá ese error, si quiere durar.

Porque China y Trump son las dos caras de una misma moneda: la Globalización Tecnológica y Económica. Es el cara o sello donde uno gana y otro pierde.

En el fondo, es la cultura de siglos lo que explica que China fuera y sea capaz de producir más. El espíritu chino no es contradictorio ni utópico. No discute en vano, integra lo diferente en la armonía del Yin y el Yang. Es más colectivo, tiene orden político, más respeto al padre y hasta un Partido Comunista que incluye a los empresarios. Así reproduce su modelo milenario, frente al cual el comunismo de 40 años solo fue un modelo pasajero, porque el confucianismo -que no es una religión sino una ética social- defendió siempre la libre iniciativa, la propiedad familiar, los mercados y el comercio, la abolición de los monopolios estatales y, sobre todo, la meritocracia en el acceso al Estado. Ya en el siglo III, los exámenes imperiales para funcionarios reunían treinta mil aspirantes anuales. Eran anónimos y abiertos a toda condición económica. Esa cultura permite a China producir más y mejor. En cambio, Latinoamérica, que en 1978 producía el doble que China, produce hoy menos de la mitad que China.

¿Qué hacer para aprovechar su impulso? Sostengo que tenemos mucho por ganar, si cumplimos nuestra tarea: tener proyectos de largo plazo que no cambien cada cinco años, afirmar la autoridad y el orden político, atraer la inversión moderna y, con ella, ampliar la infraestructura social y la educación técnica, creando empleo. Además, fortalecer la integración de la Alianza del Pacífico que el mundo respeta. Y así, aunque hayamos perdido cinco años, en estos cinco, con menos conflictos y con más inteligencia política, podremos recuperarlos.

TAGS RELACIONADOS