Desde que el régimen totalitario de Corea del Norte anunció que contaba con armas de alcance nuclear y de que estaba realizando ejercicios militares probando su alcance, la actitud de China, su principal aliado tácito en la región, ha mostrado un giro atípico que resulta interesante analizar. En efecto, el denominado gigante asiático acaba de anunciar restricciones en el comercio hacia y desde Pyongyang, la capital norcoreana, impactando básicamente en el comercio bilateral de materias primas. Está claro que China no quiere pelearse con la comunidad internacional expresada en la ONU que, sin inmutarse, el pasado de 2 de marzo, su Consejo de Seguridad emitió una resolución con sanciones para Corea del Norte. La medida incorpora una posición distante entre Pekín y Pyongyang, quizás la primera claramente frontal con las actitudes asumidas por el nefasto gobierno de Kim Jong-un. Para nadie es un secreto que China, país con un aparato logístico extraordinario, ha venido apoyando con políticas asistencialistas a Corea del Norte desde los tiempos en que se inició el armisticio -un estado de paz no declarada o lo que sería técnicamente un estado de guerra no concluida- en toda la península, en 1953, y en que China cuidaba con recelo aquellos espacios sobre los que tenía marcada influencia. Desde que EE.UU. decidió concentrarse en el Medio Oriente y específicamente en el Estado Islámico promoviendo una coalición de más de 40 países que lidera con el objeto de acabarlo, China no había hecho visibles sus adhesiones. Los chinos están preocupados por asegurar su liderazgo en el comercio internacional planetario y no están dispuestos a pelearse con Occidente. Esa es la verdad.