Era ampliamente conocida la posición aislacionista de la política exterior de China sobre la seguridad en el mundo. Desde que el gigante asiático decidió darle un nuevo rumbo a su frente externo con la llegada al poder de Deng Xiaoping luego de las pugnas que siguieron a la muerte de Mao Tse-Tung, en 1978, China decidió no involucrarse en los diversos conflictos internacionales, una actitud distinta a la de EE.UU. -conforme la visión de Henry Kissinger, el gurú de la diplomacia estadounidense-, que no dejó de estar presente en ningún espacio del planeta que pudiera comportar clave para los intereses de Washington. Esta política de no meterse con nadie o contra nadie sino, por el contrario, de tratar de potenciar su relacionamiento internacional para lograr su objetivo de afianzar su proyección de crecimiento económico sí que le dio importantes resultados en el tiempo, colocando al país en la calidad de superpotencia económica indiscutible. Lo anterior acaba de mostrar un giro sustantivo con la determinación de Pekín de que sus tropas participarán en misiones contra el terrorismo internacional. Lo anterior no significa que China haya decidido sumarse a la coalición internacional contra el Estado Islámico, ni tampoco que no lo hará en el futuro, pero es evidente que la inteligencia china habrá advertido que a estas alturas del partido también se han vuelto vulnerables y hay hermetismo, pues sus tropas integran los cascos azules de la ONU que han estado limitados a misiones de paz en Sudán del Sur y Malí, países africanos donde operan grupos extremistas como Al Shabaab y Ansa Dine, asociados al Estado Islámico y Al Qaeda, respectivamente.