Ciegos todos
Ciegos todos

Dice el presidente Humala que el reglamento del nuevo Régimen Laboral Juvenil -la llamada “Ley Pulpín”-, por sí solo, aclarará todos los temores. Dice el ministro favorito del Gobierno, el señor Daniel Urresti, que él tiene todo el derecho de responder a sus críticos como responde en Twitter -a mansalva y sin argumentos-, porque solo reacciona cuando lo provocan. Dice la jefa del gabinete Ana Jara, que todos deberíamos enfocarnos en “la agenda” del país. Nadie sabe a qué se refiere con exactitud, porque ahí nomás queda la cosa.

Todos dicen -¡hasta Belaunde Lossio, desde Bolivia!- pero muy pocos les creen. A muchos porque son autoridades carentes de liderazgo, al punto de hacer del insulto su mejor (y única) defensa. Sin embargo, en la oposición también se cuecen habas.

Así, Alan García denuncia que el país crece por debajo de sus posibilidades y que el oficialismo camina inundado de corrupción. ¿Creerá olvidados los “faenones”, el fracaso en la reconstrucción de Pisco e Ica, y tantos otros desaguisados que caracterizaron al aprismo en el poder? O cuando Keiko Fujimori y sus voceros atacan al Ejecutivo, ¿pensarán que nadie recuerda lo que significó la década de los 90 y algunos de sus vicios que parecen arrastrarse hasta el día de hoy? Y así podríamos seguir, porque en el campo de batalla en que se está convirtiendo la política peruana, todos parecen haber olvidado que el diálogo es esencial para que el país avance en la construcción de verdaderas instituciones.

Como van las cosas, el ciudadano promedio se siente cada vez más lejos de los intereses políticos. La “Ley Pulpín” en su génesis y posterior aprobación -hasta antes del recule opositor que hoy conocemos- es el mejor ejemplo de una representación política mayoritaria a espaldas del país. Y no por el fondo de la norma, sino por la manera como se gestó y defiende. Para cambiar, el primer paso lo tiene que dar el Gobierno. ¿Se atreverá, entenderá su rol en el año y medio que le resta? Yo, en principio, soy pesimista.

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