Fue un día domingo por la mañana. Tenía 26 años de edad y me desperté con una sola idea en la cabeza: “¡Ya me cansé de esperar al hombre de mi vida. Si mi destino es estar sola, ni modo, no creo que sea tan malo”!

La noche anterior di por terminada una nueva decepción amorosa. Se trataba de Renzo, un chico físicamente ¡buenísimo! que había conocido en un viaje a Cusco. Desde que lo vi en la discoteca llamó mi atención cuando sus intensos ojos verdes buscaron mi mirada. Bailamos, reímos y me dejó alucinada la empatía y química que ambos sentíamos mientras hablábamos y nos conocíamos. Debo confesar que no pude evitar pensar por algunos segundos… “¿Será el amor de mi vida? Creo que por fin lo encontré”. Días después, ya en Lima, su llamada no se hizo esperar y comenzamos a salir.

Bastó un mes y tres salidas para que el churro de Renzo se sacara la máscara de príncipe encantador y se convirtiera en un tipo inseguro y aterradoramente explosivo. Recuerdo que me sentí emocionada cuando me invitó a una reunión en la que estarían todos sus amigos (que un hombre te presente con sus patas es una excelente señal de que las cosas van por buen camino). Lo que jamás me esperé ni imaginé fue que abandonaríamos la reu en menos de una hora…

Renzo en cuestión de segundos, al notar que uno de sus amigos me conversaba más de la cuenta (según él) comenzó a gritar y buscarle la bronca, causando que todos los que estaban ahí se quedaran en silencio absoluto.

En el camino hacia mi casa no tuvo mejor idea que declararme su amor pidiéndome que sea su enamorada, situación que traté de manejar de la manera más inteligente al entender que estaba tratando con una persona nadita normal. Al entrar a mi casa y cerrar la puerta no solo me sentí aliviada, sino que juré nunca más volver a verlo.

Fue ese domingo por la mañana (y que les contaba al inicio) que triste, decepcionada y cansada de conocer hombres que no quería para mi vida, abrí mi Facebook y en cuestión de segundos me escribió aquel chico con el que venía conversando meses atrás, el chico al que yo llamaba “mi amigo del Face”. Obviamente le conté lo sucedido concluyendo en que ya no quería saber nada de hombres, a lo que él respondió: “Es que todavía no has salido conmigo, pues…”. Quién iba a decir que ese chico se convertiría en mi esposo y en el hombre de mi vida. Entiendo ahora que el amor llega realmente cuando menos lo esperas.

TAGS RELACIONADOS