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El régimen de Nicolás Maduro ha sido exitoso en aletargar los esfuerzos para sacarlo del poder y ha mecido por años a mediadores y facilitadores como ha querido. Los que creyeron en poder cambiar las cosas y los que simplemente se prestaban al juego como tontos útiles salieron por igual trasquilados.

La expresidenta de Chile Michelle Bachelet ha tenido posturas polémicas frente al gran drama que viven millones de venezolanos, y aunque recientemente ha elevado el tono de sus críticas, su visita genera aún dudas sobre la firmeza que tendrá frente a quien ella llamó en su comunicado “presidente de Venezuela” y sobre si irá más allá de calificar un “debilitamiento de la democracia”. La situación no está para eufemismos ni para que vericuetos diplomáticos impidan llamar a las cosas por su nombre.

Las cifras del espanto humanitario y las evidencias de las torturas con las que el régimen persigue a los opositores son por todos conocidas y seguramente las negarán. No se conocen las condiciones de Maduro para aceptar la visita ni el grado de libertad que ha tenido Bachelet para organizar sus reuniones y sus declaraciones en territorio venezolano, pero todos esperamos que la visita no contribuya con la puesta en escena que seguramente desplegarán para maquillar la realidad. Exigir firmeza es indispensable y los 54 países para los que el presidente encargado de Venezuela se llama Juan Guaidó deben estar atentos a lo que haga la comisionada. Ya han terminado arrullados en la mecedora cubano-chavista los esfuerzos del papa Francisco, la OEA, el llamado grupo de contacto, y los promovidos por República Dominicana y Noruega y los distractores del chavismo.

¿Cómo podría Maduro cubrir el faltante de cuatro millones de venezolanos para negar el daño causado por el socialismo del siglo XXI? Y mientras por aquí discutimos erróneamente cómo manejar la inmigración, debemos tener en cuenta que la mitad de esos migrantes han sido acogidos por el Perú y Colombia y que el único responsable de esta desgracia cuenta con que la comunidad internacional siga dividida sobre cómo proceder, sin llamar a las cosas por su nombre. La migración venezolana requiere un tratamiento coordinado por todos los países sudamericanos y sin olvidar que la solución pasa por el derrocamiento de Maduro. Eso es realmente hacer algo por los venezolanos.