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La noticia de Paolo es como un enjambre de mariposas que aletean en 30 millones de pechos. La angustia fue intensa, la espera tan de infarto, las bolas tan atosigantes y los audios tan de burla que el estallido de alegría se apropió de cada casa; en el Metro, en los micros, en los mercados, en cada pedazo de esta patria de a pocos que festeja dos clasificaciones para un solo Mundial. Sí, dos. Porque lo de Paolo ha sido como una nueva clasificación. No existe -ni ha existido- festejo más grande que este en el fútbol; y cuando digo “fútbol” subrayo pasión. No solo clasificamos a una competencia como la de Rusia: nos vamos con Paolo. Se le hizo justicia. Se supo mover al final de esta batalla con Oviedo. Ganó el argumento de que nunca usó ese mate para estimularse. Se levantaron los jugadores del mundo. Se puso de pie el Gobierno. Todos, desde nuestras trincheras, abogamos por Paolo. La noticia se anticipó, en calidad de primicia, por el periodista Carlos Alberto Navarro. Como corresponde, no citó a sus fuentes; sin embargo, se jugó el pellejo. Le llovieron piedras. Lo lincharon. Organizaron eventos en Facebook para matarlo. Al final, estuvo en lo cierto. No he visto a ninguno de sus muchos verdugos pedirle disculpas. No conozco personalmente a Navarro, pero tiene el mérito de haber acertado. Decir eso aquí, y en casi todo el medio periodístico, cuesta mucho. Así que hay varias lecciones. Unión, garra y consecuencia. Queda aprovechar que las mariposas aún se agitan en el pecho para pedir que el Perú no sea más esta curiosa aldea de parcelas amuralladas. Estamos completos. ¡Vamos Perú, carajo!