Un Presidente osado, hipermotivado, al límite de la imprudencia, salió como policía “rompemanifestaciones” a meterle palo al fujimorismo. ¿Qué tiene que ver la artillería verbal cargada de bravuconadas y bravatas con un estadista dialogante, reflexivo y no impulsivo? Parece que la sombra de Martín Belaunde lo ciega y por ello la ecuanimidad queda a miles de kilómetros de su mente.

Es real que el Gobierno pasa por una crisis y el Jefe de Estado tiene que enfrentar dificultadores mayores. Lo ideal es que optimice sus reflejos y dé una imagen más conciliadora. Ante las denuncias contra Belaunde, vinculado a la pareja presidencial, ya no bastan las frases de empedernido justiciero como “lo vamos a atrapar”, “lo vamos a poner ante un juez”, “le recomiendo que se ponga a derecho”. Ollanta Humala necesita evidencias, debe ser menos vueltero y capturar al prófugo.

Por ahora busca enemigos. Parece que esa es su única salida ante el terror que le provoca el reto de ubicar a Belaunde, un caso que está haciendo estragos en su credibilidad y en su imagen de personaje honesto.

Si continúa con su postura extravagante, ajena al trazo que debe proyectar su cargo, si sigue prefiriendo la electricidad y el choque cuerpo a cuerpo, solo se convertirá en un político que, en forma desesperada, intenta revertir una crisis y quiere desligarse de lo malo que lo rodea.