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En estos últimos días no termina de sorprenderme la facilidad con la que se dispara insultos a la gente que está en desacuerdo con un modo de pensar. He constatado una vez más la falta de congruencia en el veredicto de muchos. Nos gana la barbarie en un momento en el que debería predominar la razón.

¿Cuántas personas celebraron la reclusión de Nadine y de Keiko por el simple hecho de querer verlas tras las rejas, pero hoy consideran que la de PPK es injusta porque lo ven muy viejito? ¿Cuántos han expresado abiertamente que solo les apena que García se haya quitado la vida porque los dejó sin la satisfacción de verlo con el chaleco de detenido, pero pregonan por las calles que todas las vidas valen lo mismo?... ¿La de García incluida?

El debate público es uno de los pilares de una democracia, pero este debe basarse en la honestidad intelectual y la articulación de una opinión congruente en el tiempo y emitida con responsabilidad. No digo que el debate alturado haya desaparecido por completo, y destaco mi admiración por aquellos que se han atrevido a defender su opinión sólidamente a pesar de los insultos. Pero lo que veo predominar hoy es una maraña de embestidas infundadas, en donde al que manifiesta que hay un exceso en el uso de la prisión preventiva se le acusa de corrupto y antidemocrático, y al que considera que esto es lo correcto se le tilda de inhumano.

¿De dónde sale esa ligereza con la que nos atrevemos a juzgar basándonos en percepciones y no en hechos? Pasa que nos hemos autodenominado jueces, pero son los propios jueces quienes han desconocido el hecho de que son ellos los llamados a personificar la justicia, no nosotros. El Perú empieza a sufrir de una grave opinionitis sin sustento que nos nubla el camino hacia la objetividad. Procedamos con cautela.