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En menos de un mes, dos hechos de similares características han servido para reflexionar sobre cómo debe abordarse el tema de la memoria en un episodio que agita pasiones como ningún otro en nuestro país: las décadas de terrorismo y violencia.

El primero empezó cuando una exreina de belleza con considerable influencia en redes sociales instó a sus seguidores a no acudir a ver la película La casa rosada, dirigida por el ayacuchano Palito Ortega, que versa sobre la violencia ejercida por parte de las Fuerzas Armadas durante estos tiempos sombríos.

La reacción del público fue aplastante: el filme, que podría -como muchas producciones nacionales, desgraciadamente- haber pasado casi desapercibido, se convirtió en un éxito rotundo, motivando incluso a emitir nuevas funciones no previstas para atender una demanda rotunda e inesperada.

Semanas después, el congresista Edwin Donayre realizó una controvertida visita de incógnito al LUM para luego producir un video editado en el que mostró errores de fondo cometidos por la persona a cargo de la visita guiada. El hecho fue utilizado para reclamar una supuesta apología del terrorismo en dicho museo.

Tal como ocurrió en el caso de La casa rosada, las visitas al LUM se multiplicaron exponencialmente, e incluso el recinto amplió horarios para atender la repentina crecida en la demanda.

Ambos casos reflejan un hecho sumamente interesante. Los peruanos defendemos nuestra historia y cualquier intento que exista por censurarla. Un hecho histórico como la era del terrorismo en el Perú es muy complejo como para querer encasillar una de sus demostraciones en críticas precoces e insuficientes.

Aplausos, pues, para el peruano crítico, que en estas semanas ha demostrado querer comprobar por sí mismo si es que su historia estaba siendo manoseada.